Aquí, allá retales cosas momentos de confusión partes de nada trozos de todo... Y otros apagones de la luz...
Aclaración: Esto ¡NO! es literatura, es terapia, esto ¡NO! es verdad, es terapia.
Te haces mayor cuando
tus padres piden tu ayuda frente a los problemas;
cuando te rindes a la injusticia
con ojos ciegos;
cuando te escondes para llorar,
cuando te duelen los ojos de sujetar las lágrimas (la lucha anti-pestañeo).
Te haces mayor, poco a poco viejo,
cuando se te rompe la garganta en dos
al iniciar cada frase;
cuando te duele cada respiración profunda;
cuando no suspiras.
Te haces mayor.
Y hacerse mayor:
Bajo las sábanas
está mi cuerpo entumecido;
el invierno se anuncia; así
con escarchas,
como un granizado tardío
del limón más amargo.
Con la humedad que se encierra tras las piedras.
Tengo todo el miedo para darte,
todo el frío, todo el hambre.
Tengo un cuerpo que tiembla por el frío. . .
El futuro es una tela opaca.
Lo imagino cerca,
de espacio, de tiempo.
Lo imagino miedo;
como me hago mayor, ¡espera!
¿cómo me hago mayor?
Luego están las ganas de desaparecer,
que cuando apareces tú
son de quedarme,
de quedarme todo el tiempo aquí,
quieta
mientras me acaricias el pelo.
Luego está el sueño eterno
de ser luz entre la luz
y dejar detrás el asco y las vísceras;
las sombras y el resto de anuncios de oscuridad.
El futuro, que no existe,
me asusta.
¿qué importará mañana, si siempre es hoy?
Cierro los ojos,
respiro tu pelo
y me duermo.
Amor mío, te espero al otro lado de las palabras.
Esto no va sobre rimas, ni métricas.
Es la poesía en las entrañas.
Heridas sin cerrar, egoísmo.
Va sobre mí y mi ombligo.
Sobre lo que me duele la vergüenza.
Es vómito líquido.
Alcohol de quemar.
Son relojes, perdona. Relojes.
Hay demasiadas grietas en la paredes.
Demasiadas arrugas en las frentes.
Hay demasiado.
Es decir,
si yo quiero tumbarme en tu regazo,
que toque mi cara con dulzura,
mientras me acunas como a un bebé;
a cambio tengo que existir.
El precio es alto;
lo sé.
A veces, era el modo en que se ponía los guantes;
otras, como me miraba cuando decidía no hablar.
O cuando besaba mi frente como un hermano,
a pesar de la desnudez y del sudor que dejaba el sexo;
ese punto de fraternidad, de amor puro que
todavía hoy, después de tantos cuerpos, de tantas babas. . .
en definitiva,
de tanto,
sigue vivo entre nosotros.
Sin embargo, ya no nos altera el tacto, ni queremos lamernos,
ya no piensa al levantarse en mí; ni yo me despierto
pensando que mi almohada es su cuerpo, y
de realidad me muerdo el labio hasta la sangre.
Somos brisa que queda tras el huracán,
somos un mal momento, carne, carne podre, podredumbre.
Somos menos, más lejos, más leve. . .
pero,
en definitiva: somos (primera persona del plural), a pesar del tiempo.
A lo mejor, si yo pongo flores en el pelo y él corbata
todo vuelve a ser como fue, las luces, la luna, el miedo. . .
y puedo pensar en él, como si todo valiese la pena por un beso.
O a lo mejor fluye y desaparece y llega otro con corbata
y me pone flores en el pelo y todo es como con él...
pero sin él,
las estrellas, el bosque, el tacto de los dedos. . .
O a lo mejor todos desaparecemos, amapolas;
digo yo. Y puerta, llave, el océano existe entre dos seres cualesquiera.
No sirve, no tienen sentido las nubes en la noche,
el frío, para llorar como si el mundo no fuese a acabarse nunca.
Menos, más lejos, más leve. . .
Tengo las uñas llenas de tierra de arañar los caminos.
De caer y clavar las manos en la tierra;
de esforzarme por levantarme;
de estar de pie, aferrándome a los troncos de los árboles.
Tengo en las manos uñas
sucias;
y callos del trabajo y de los años; restos del lágrimas y saliva,
y barro.
Tengo en el cuerpo manos; en las manos uñas; y en las uñas:
tierra.
Mientras estoy aquí
y así,
el resto del mundo desaparece.
Oigo el tic-tac de los relojes de cuerda de tu pared,
cuenta atrás irreversible a nuestra muerte.
Patadas al aire,
al que ya nada lastima;
gritos anudados en gargantas-llanto:
desesperación.
Mientras esto aquí
y así,
el resto del mundo se desvanece.
Miro esas manos ajadas
de la lluvia, del viento que azota;
como muertas entre el aire
que nos separa a unos de otros.
Miro manos, ojos,
dientes. . .
Miro para ver por donde sale el sol
o por donde puedo escapar de mi.
No hay más que paredes;
toc-toc-toc.
Pasos, huyo de mi a través de un espejo empañado.
Tras los cristales de la habitación de mi infancia
atraviesa la luna.
¡Quién estuviera allí para pensar mirando al firmamento!
Cierro los ojos
y rompo las lágrimas.
Te pienso lejos y comprendo
como he sobrevivido a tu muerte;
como he llorado la ausencia de mirarme dentro y no hallar nada de ti.
Todo sin cuerpo, sin funeral.
Sin despedida tangible.
Simplemente enfrentas la tristeza de lo temporal
y, cuando te das cuenta,
es definitivo.
Así, como si nada, mientras tú caminas por parques
(o lo que sea que hagas ahora),
yo
he sobrevivido a tu muerte;
me miro dentro
y no encuentro nada nuevo de ti,
en mí vives de recuerdos.
Y tras la puerta:
las pisadas.
El miedo latiendo al ritmo de cada paso.
El eco.
No hay llanto.
El crujir de las hojas,
de las horas
aplastando un cráneo contra las aceras.
Sangre y náuseas.
cuando digo que,
lo que quiero decir es:
yo también quiero llegar a casa y:
encontrarte sentado en el suelo, encima de un cojín morado.
"(Yo también) te estaba esperando."
Lo demás:
silencio,
del que llena.
Sí,
tu lengua ha decidido mudarse a mi cuerpo,
pienso,
como que no quiere la cosa,
pero yo
quiero.
Cuando digo que,
lo que quiero decir es:
me gusta respirar en tu boca :
olerte cuando huelo mi pelo.
"(Yo también) creo que esto es la magia."
Lo demás:
silencio,
del que llena.
Sí. . .
pienso,
como que no quiere la cosa,
pero yo
quiero.
Y puedo decirte que,
y me callo.
Ya sabes, ¿no?
No sabes nada;
que se me cae el alma a los pies
cada vez que me doy cuenta de que me he olvidado,
es verdad, que estoy aprendiendo.
Me voy a la cama,
y me toco.
Ácido en la boca.
Del vómito.
Su sueño truncado por:
ropa que le queda grande y una nariz
deforme, desproporcionada. . .
Asco.
Ácido
en la boca.
Y. . .
Espejito, espejito mágico,
¿quién es la más delgada del lugar. . .?
Por no olvidar.
Por sacar lo bueno.
Por aprender a no ser infeliz.
Por tener miedo.
Por enfrentarlo.
Por sonreír (a pesar de todo(s)).
Por la calma.
Por transmitir.
Por no tenerme lejos, (yo a mi).
Por los abrazos.
Por llorar y generar paz.
Y sobre todo por mi.
Odio intentar volver sobre mis pasos.
No es una huella.
Son dos,
la segunda mutila a la primera.
El hermano mayor acaba por ser el débil:
no queda nada de mi en mis padres.
Es
como si me hubiesen dado en adopción,
a los primeros que pararon en el área recreativa.
Mis padres
no han guardado nada en mi,
podría haber sido hija del sol o de las nubes.
Podría haberme muerto,
o haber nacido muerta.
Podría, podría, podría. . .
Mañana es miércoles.
Tengo los ojos en cuencas de ácido que
corrompen mi mirada.
Veo odio.
Siento odio.
Y busco,
con mis dientes,
la carne cruda, la sangre.
Su sabor en mi lengua.
En mi lengua.
Tengo los ojos en cuencas de ácido
que . . .
corrompen mi mirada.
Tenemos entre los dientes
restos de la saliva de otros cuerpos que
pasaron por nosotros
sin dejar huella.
Somos restos
entre los dientes de algunos
por los que pasamos
sin dejar huella.
No siempre coinciden.
Eso es:
la parte de la vida (no-)emotivo-sexual.
O sea
parte de la vida.
Ahora. Cierra los ojos.
En mi boca sólo queda ácido y perdón.
Me perdono.
Cierro los ojos.
Y dejo un trozo de amor (al teatro contemporáneo): FINGIR:
"Voy a mirarte a los ojos y voy a imaginar que este momento jamás ha existido.
Que yo no estoy aquí hablándote. Que tú no estás aquí escuchándome.
Que ni siquiera estamos en este lugar. Que nunca hemos estado juntos en este lugar.
Que ninguno de los dos ha pisado jamás este teatro.
Incluso voy a hacer un esfuerzo de imaginación y voy a pensar que existe un tipo de persona que nunca ha ido al teatro y que ese tipo persona que no existe somos nosotros.
Así que si nunca hemos estado aquí, este momento jamás ha existido.
Eso quiere decir que yo nunca he pronunciado las palabras que ahora mismo te dicen que este momento jamás ha existido.
Que no estoy diciendo esto que digo en este instante. Que lo que no estoy diciendo es “lo que no estoy diciendo”.
No estoy diciendo “esto”. “Esto” no. Quiero decir que Esto de “no lo estoy diciendo” no lo estoy diciendo. “Esto” no lo estoy diciendo. A ver si me explico: No estoy diciendo esto de “no estoy diciendo esto de…” Esto. A ti. Aquí. Ahora.
Vale, de hecho voy a ir más lejos y voy a cerrar los ojos y voy a imaginar que jamás has existido.
Eso quiere decir que nunca salimos de aquí de la mano,
que nunca me besaste tras decirme que te había encantado mi espectáculo, ni por supuesto me abrazaste, acariciaste o dijiste que yo era lo mejor que te había pasado en la vida.
Que no me llevaste a tu casa, ni te viniste a vivir a la mía.
Que nunca aprendimos a dormir juntos, a cocinar a medias y a repartir las tareas de la casa.
Que jamás me hiciste reír, llorar, dudar, volar y temer todo al mismo tiempo.
Que no dejé de verte, que no me distraje con mi trabajo, que jamás te di de lado y nunca, nunca te cansaste de esperar.
Que no nos distanciamos poco a poco, que no nos perdimos el uno al otro y nunca, nunca te fallé.
Que no me prohibiste que te llamase, que no desapareciste para siempre, que no me volví loca de pena, ni por supuesto lloré.
Que no me agarré a mi locura porque fue lo único que me dejaste tuyo.
Que nunca te escribí una carta, te dediqué un espectáculo o me sentí el ser más infeliz.
Ahora voy a imaginar que ha pasado el tiempo. Dos años. Hoy es exactamente el día 28 de febrero pero del año 2015. Estoy en casa sola, pensando en mis cosas. Y mientras pienso en mis cosas desconozco que no están todas, que no puedo recordarte porque nunca te conocí. -Ignoro que estuviste cerca y también que te alejé.
Has dejado de ser tú y automáticamente, por eso motivo, yo he dejado de ser otro yo.
Ese yo que me habrías hecho ser tú.
Estamos a 28 de febrero pero del año 2015 y yo estoy en casa sola. Pensando en mis cosas y no puedo recordarte porque este momento nunca ocurrió.
Ahora te voy a hacer desaparecer por arte de magia. Voy a darme la vuelta y ya no serás por nunca jamás nadie especial para mí."
Que no sé que me pasa,
que cuando me doy cuenta estoy,
otra vez,
imaginándome que te muerdo el cuello,
sin piedad,
en la zona de la nuca,
que te dejo una marca de dientes y amor.
De color morado.
Que te respiro,
suave.
Que nos lamemos,
enteros,
los ojos, la boca, el ombligo. . .
Que no sé que me pasa,
que cuando me doy cuenta estoy pensando en ti,
pidiéndote. . .
No tenemos ojos para ver tanto mundo.
No tenemos manos para tocar tanto.
No tenemos nada más que la memoria,
la memoria que está loca, que se confunde,
que recuerda cosas que no pasan,
que olvida mucho de lo que pasó. . .
No tenemos nada.
Entre las manos, entre los dedos.
Sólo me tengo a mi.
Sólo te tienes a ti.
Y entre los dos el miedo.
-Disculpa, ¿tienes hora?
La hora del té, pero "de por la mañana".-
Es martes,
sin duda es la hora de dormir,
abrazada a la almohada.
Dulces sueños.
Las cinco de la mañana y yo,
desgastando las aceras
porque cuando estoy vacía: camino.
L. no deberías hablar con desconocidos a esas horas de un martes,
oigo decir a las voces de todos mis conocidos dentro de mi cabeza,
oigo el eco:
consecuencia del vacío.
-Perdona,¿sabes dónde está la estación de autobuses?
Sí, y si no tienes prisa puedo decírtelo, ya sabes, me llevará un tiempo, está lejos.-
O sea, que me vuelvas a morder, o que vuelvas y, de paso me muerdas. . .
Y cambiando de tema:
Quiero tener treinta años. Creo que será la edad de la felicidad, no creo que tenga ninguna crisis. Seré lo suficientemente mayor para saber lo que quiero y voy a hacer ¡Y! lo suficientemente joven como para poder vivirlo todo, para no rendirme. Para mirarme al espejo y no sentir terror.
Y por acabar con lo que había empezado:
Tengo la marca de tus pasos por mi cuerpo grabada en algún recuerdo que, quizá, esté manipulado.