No puedo,
bajo todas estas nubes,
olvidar los días.
Así que: recuerdo
(con la nitidez incierta que da la memoria)
paseos; y conversaciones. . .
y sobre todo
recuerdo Crecer. . .
así, con mayúscula.
Después tú te hiciste flor de otro campo,
o bala de otra guerra,
o. . . Tú desapareciste.
Poco a poco, es cierto,
y nunca del todo, también esto es verdad;
pero ya no jugabas en este patio,
ni bailabas en estas fiestas.
Y si querer,
(tú que me enseñaste la alegría)
te hiciste triste y embustero involuntario;
fruto, por supuesto, de tanta equivocación
resultado, cómo no, de tanta negación.
Y ahora, bajo la escarcha
tus ojos,
como muertos,
mirando al mundo (inmenso)
que nos grita.
¡Pestañea! -te pido en un susurro exclamativo- ¡Pestañea!
Pero ya no me pides ayuda cuando hay tormenta.
Ya no ves la tormenta.
Ya no ves.
Podrías haber sido la letra de un poema
y has quedado en des(h)echo de palabras.
Sí, podría(s).