—¿¡¿De dónde ha salido toda esa historia de Papá Noel?!? Llevo años, centenarios, ¡siglos! repartiendo regalos y venga con Papá Noel y con Rudolf. Y yo, Francisca Belarmina Sánchez, soy la que se encarga del tema este de las chimeneas y los regalos. Y sí, estoy casada, pero mi marido no se llama Nicolás, no es gordo, no tiene barba, no vestía de verde y blanco, ni cambiaría jamás su outfit a petición de la Coca Cola…—
Así empecé el discurso aquel día ¡maldito día! Con lo que yo disfrutaba de la Navidad; mis copitas de coñac, mis bizcochos… No había casa que no me dejase un bizcocho y coñac. Total, que cuento que no soy Nicolás, sino Francisca Belarmina y me cambian el coñac por Bayleis y en lugar de bizcocho me dejan los ingredientes y un delantal. Y no contentos con esto, la chimenea está sucia y al pie se quedan utensilios para que la limpie...¡infelices!
¿Sabéis lo que hice? Fui casa por casa haciendo bizcochos, mientras se cocían, sacaba la ceniza de las chimeneas y la esparcía por los sofás; luego me comía el bizcocho paseando por el pasillo y rompiendo trozos para repartir con Rodolfo y Pompón, (que sólo son dos y no son renos, sino unicornios). Iba pasillo arriba y abajo comiendo para que toda la casa fuese migas de bizcocho y no hubiese bizcocho más que en las migas. Por último, dejaba los regalos entre las cenizas —al fin y al cabo, uno no elige a los padres— y me iba a la siguiente casa.
Ahora que lo pienso… ¡cómo disfruté esa Navidad! ¿Por qué fue la última? Mmmm… ya me acuerdo, hubo una oleada de migraciones de fidelidad desde Papá Noel hacia sus majestades los Reyes Magos, luego que se manifiesten y me hablen de repúblicas…. ¡Incoherentes!