¿Qué sientes?
-Nada.
O algo.
Indiferencia. Como una pena lejana.
Una lástima que no es mía,
que dejo de mirar y se me pasa.
Como cuando en la tele salen los niños de África hambrientos, que en cuanto quitan la imagen
se te va la pena.
Eso siento frente a lo que llamas dolor y que dices que es mío.
Eso es lo máximo,
o eso o indiferencia.
A veces me da tanto miedo sentir tan poco, que pienso que sólo este miedo es real.
Y después: calma, todo en mi vida se reduce a la calma.
-¡Menudo auto control!
-No. Si tuviera que controlarme no sabría,
no hay control, hay ausencia.
Y apretó sus labios contra el pecho de su amante.
Cerró los ojos, apoyó la cabeza y se dejó dormir.
Lo más fácil
(siempre) es
entregarse al sueño.
1 comentario:
Entregarse al sueño no deja de ser, en el fondo, entregarse a la posibilidad del deseo, porque ¿qué es el sueño sino la liberación momentánea de ese otro yo que nos habita, más primario pero acaso más verdadero, y que no conoce otra ley que la del necesitar, la del querer, la del desear? ¿Qué deseo no se vió alguna vez reflejado en un sueño y qué sueño no fué deseo antes de quedarse dormido?
Y, parafraseando a Julio, siempre que una persona tiene sueños me doy cuenta de que no está en la última miseria; todavía puede resistir un poco.
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