(o de poner los pies sobre la mesa del salón).
Y los besos,
¿qué hay de los besos?
Están por todas partes.
Pero no hay
nada
tan íntimo
como un abrazo:
pecho contra pecho.
Los latidos:
orquesta.
Entonces pintamos las paredes del salón
del amarillo más ofensivo que se había visto.
Y nos reímos,
nos cansamos y jugamos a trabajar
tirados en el suelo.
Echo de menos pintar las paredes de casa.
Eso y los domingos.
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