jueves, 27 de septiembre de 2012

El mundo es tan grande y yo . . . ¡tan pequeña. . .!

La nada no es,
la nada está.

O el vacío,
que parece que rellena mi piel.
El vacío y mis entrañas.

Puedo escupir un montón de crueldades
y el alivio
sólo me dura unos segundos.

Entonces, ¿qué?
busco, busco, busco . . .
¿qué busco?
y encuentro y pierdo cosas.
Abro y cierro los ojos,

es igual,
la misma imagen:
estoy en un bosque,
el bosque es del sueño:




Las hojas de los  árboles no son capaces de taparme, estoy desnuda ante las miradas de compasión crueldad de un desfile de modelos que ahora no desfila: me mira a mi.

Puedo ver como su orgullo se iza y se eleva como la vela de aquel barco en el que se fue todo, en fila india, con un orden de lo menos dantesco, como se iza como las pollas de todos los hombres que las miran y que aun no me han visto a mi.

Mis cicatrices sostienen mi barriga, mis piernas dicen, desde el moreno de septiembre, que están cansadas. Mis tetas, poco a poco, pierden la forma.

El suelo es una alfombra inmensa, pero esas hojas no son capaces de taparme a mi. Ya todos me miran, hasta los hombres que hace un momento estaban embelesados con la belleza acusadora de las modelos.
Todos me miran con ojos de cristal, sus ojos me hieren y en segundos todo está bañado en sangre, la culpa es del cristal de sus ojos que parece que quiere desangrarme o desgranarme, ¡o vaya usted a saber qué!

Me pesan los párpados, la lengua, los brazos se caen hasta los tobillos como si fuesen de chicle de plomo. Vuestros ojos de cristal me hieren.



Y luego . . . supongo que se puede decir que me desperté.

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