Aquí, allá retales cosas momentos de confusión partes de nada trozos de todo... Y otros apagones de la luz...
Aclaración: Esto ¡NO! es literatura, es terapia, esto ¡NO! es verdad, es terapia.
Nadie tiene la culpa de las sombras.
Por eso me hago un ovillo en la oscuridad
y cierro los ojos.
O el frío,
¿qué somos en el letargo de los meses del frío?
Quizás rocas,
piedras desgastadas,
arena...
No recuerdo nada;
pude haber nacido hoy de la tierra.
No:
nadie tiene la culpa de las sombras.
No puedo pedirte que lleves en los hombros
el peso de mi existencia
-hojas por todas partes-
para esconder el rostro
estiro la sonrisa.
Veo pájaros azules cuando cierro los ojos.
Los pájaros rosas traen en sus picos niños muertos.
La imagen de pájaro y toda su libertad se oscurece:
niños muertos.
Los pájaros ya no son libres, vuelan, ¿y qué?
Yo una vez cogí un avión que iba a Reus;
volaba y estaba totalmente impedida de movimiento.
el cinturón me ataba como a ganado,
la proximidad de los asientos con los demás asientos
me invitaba a no crecer.
Yo volé y fui menos libre que aquella vez que me vistieron con la camisa de fuerza.
En el parque hay un sol corrosivo,
tanto que estoy morena,
(quemada de rabia) y sentada en un banco;
sentada en el asiento que una vez pisé,
respaldada en las maderas que un día usé de asiento.
Hay una paloma paralizada junto a restos de un cruasán,
nos miramos,
-las palomas son libres, porque vuelan- me digo en voz baja.
Nuestra paloma quiere volar porque es un pájaro
y porque los pájaros son libres,
y los seres libres vuelan...
el chicle;
el chicle rosa -que tiró la niña del lazo azul- la ata a el suelo.
Pájaros que no son libres, que no vuelan, que ni siquiera existen.
Plumas.
Un poblado de hormigas vive debajo de mi banco.
A veces
me da vergüenza la mujer que veo en el espejo.
Esos brazos
parecen tener cinco décadas,
colgando la piel
como si quisiera desprenderse del hueso,
disgregar en partes el brazo.
A veces me da vergüenza y asco
su mirada de rata,
de habitante de alcantarilla resentida.
Me da asco y miedo
sus dientes afilados, su lengua reseca,
la ausencia de estados líquidos.
A veces me da frío
la mujer rota
que veo en el espejo.
Materiales:
Autodestrucción (una cucharilla de postre, no de café)
Música de los 90 (o la adjunta)
Un puñal de plata
Instrucciones:
Proyectar la autodestrucción hacia arriba para que vaya cayendo lentamente.
Poner música por encima de los 100 dB.
Recitar en voz alta y de manera cíclica poemas de Alejandra Pizarnik (o de Syliva Plath, al gusto).
Tener el puñal a mano.
Esperar.
O en su defecto:
Matricularte en la carrera de matemáticas y seguir el reparto de horas semanales siguiente:
unas 65 a estar sentado con la materia,
56 a dormir,
30 a pensar en todo lo que tienes que estudiar
y las 17 restantes a desconectar.
Por último esperar.
Nota: empieza a hervir a partir del año 3.
El segundo método es más lento, pero más efectivo.
Pasos por el camino.
Podría no haber contado cada catorce de marzo,
(pero) me habría perdido cosas,
(aunque) me hubiera ahorrado cosas...
Hay balanzas que viven del equilibrio:
Siete
El tiempo como concepto.
Véase tiempo como época,
como periodo.
O sea (de ser otra opción) el tiempo como clima,
como sol, lluvia o nieve. Concepto: nubes;
o ausencia de ellas.
Sea el tiempo como minutos, segundos, o incluso horas.
Sea el tiempo tic-tac; como algo que suena,
como la soledad cuando choca contra las paredes y ruge
como un trueno que rasga el cielo.
Sea el tiempo más allá del reloj y del cielo,
fuera del calendario y de nosotros,
nosotros como todo, como elemento genérico.
Sea el tiempo el que me vuelve joven con el paso de los años.
Sea el tiempo... sea yo,
Dicen que en África hay niños que se mueren de hambre.
Lo dicen en la tele, así que supongo que será verdad.
Dicen también que los días,
que las horas.
Que no sé que nos pasa, que el niño es guapo y se siente más.
¡Qué buenos somos! digo yo, que paso cinco segundos tristes. ¡Cinco!
Dicen que en áfrica, que pasan cosas en Perú, y en alguna selva, o en otros países lejanos.
Y pasan cosas en mi ciudad, en mi pueblo....
Pasan cosas en mi casa.
Dicen en la tele
que en África hay niños
que se mueren de hambre.
En las películas sólo llueve si el momento es oportuno; sin embargo hoy, 14 de enero de 1980, en pleno invierno y el día de la muerte de su padre: hace sol. Un sol radiante, de los que queman. Elena no entiende nada, tampoco importa, se mira al espejo y se coloca un moño bajo sujeto con horquillas que hacen ondas alrededor de la cabeza, unos zafiros incrustados en oro por pendientes y un collar de perlas. Se mira seria y se ve bien, sobria. Hace falta algo más que la muerte de alguien para que Elena , hija de Alfredo Queipo y Mariana Echanove pierda la compostura. Elena ni sonríe, ni llora.
Baja las escaleras, mira al frente y abre el cortejo fúnebre agarrando del brazo a su madre pálida y débil, esto se da más bien por la enfermedad, hace tiempo que Mariana vive a través de ensoñaciones a cargo del alzéimer, que por la muerte del marido. Y ahí está, fijando la vista en el horizonte, caminando, como quien da un paseo, pensando en lo mal que está el servicio, en que tiene que buscar una nueva cocinera, y en el mal momento que eligió su padre para morirse, ¡justo en día de zarzuela!
Deshacerte en lágrimas,
pasar
al estado líquido:
fluir.
Ser parte de nosotros,
que seamos dos,
que, (¡a veces!)
trabajemos como uno.
Que sí,
que puede;
que me duelen los ojos de imaginarte
temblando.
Yo.
Silencio.
O espacio en blanco.
Tú.
Las mimosas de flor temprana.
Nuestra primavera en pleno diciembre.
Los talleres.
Lamerte las yemas de los dedos.
Fluir a través de ti.
Despedirte.
Que te apuntes al paro.
Y regalarte una sonrisa que implora perdón.
Perdonarnos (¡sólo!) lo perdonable.
No dejar de poner acento gráfico en la palabra "sólo" cuando funciona como adverbio.
Quererte.
Dejar que me quieras.
Y seguir yendo al teatro.
Y espacio en blanco,
mi cabeza se cae sobre la barra espaciadora: Silencio.
Espacio en blanco: .
A mi edad
mi madre tenía dos hijas;
un marido desequilibrado
y una suegra que,
con el paso de los años,
pasó a preferirla a ella frente a su hijo.
A mi
nadie me preguntó qué pensaba de la vida;
si prefería haberme perdido por el váter,
desagüe abajo,
o en un papel higiénico cualquiera.
Nadie me preguntó nada
ni me explicó las reglas del juego;
no sé a qué edad uno empieza a ser viejo,
ni cual es el momento propicio para coger las riendas de la vida.
Nadie nada a mi
ninguno.
A mi edad
mi madre tenía la misma vida que le grita hoy:
mi madre
no soy yo.